EL OSCURO MUNDO DE LAS ACTIVIDADES DE ESPIONAJE

MADRID, A 5 DE JUNIO 2024
SERGIO FARRAS, ADMINISTRADOR PRINCIPAL.

Las actividades de inteligencia encierran un mundo de secretos donde las traiciones y las venganzas están a la orden del día.

Pocas actividades están más rodeadas de preconceptos y prejuicios que las tareas de inteligencia por ello conviene realizar algunas precisiones. El mundo de las actividades de inteligencia es un territorio opaco donde la verdad está siempre en fuga. Los involucrados niegan su participación, la identidades son falsas, los motivos que llevan a las grandes traiciones son diversos y difusos y la desinformación está a la orden del día.

Incluso los documentos desclasificados por el gobierno de los Estados Unidos (uno de los pocos países que revela los secretos de algunas de sus operaciones de inteligencia) suelen ser de valor secundario y estar fuertemente censurados.

Pocas son las auténticas revelaciones “no autorizadas” y de escasa relevancia de los servicios secretos gubernamentales…

En los raros caso en que un alto responsable o un agente brinda entrevistas, da testimonios o escribe sus memorias su dichos no son confiables. Sus revelaciones suelen en general ajustarse a la versión oficial de los hechos que quieren difundir sus antiguos jefes o están llenos de falsedades donde el protagonista, en su afán de parecer un héroe, se adjudica hechos en los que no participó u oculta acciones que sí cometió para situarse mejor ante el público y la historia.

Periodistas y escritores que se dedican a los temas vinculados con el espionaje suelen difundir versiones fantasiosas, erróneas o incompletas de los hechos debido a que realmente desconocen como operan los organismos de inteligencia, son parte de estos o han sido “intoxicados” por quienes consideran una “fuente” confiable de información.

Muchos libros de no ficción que se publican sobre el tema son previamente censurados por los servicios de inteligencia involucrados en los acontecimientos o con los personajes cuyas actividades se relatan en sus páginas. Pocas son las auténticas revelaciones “no autorizadas” y de escasa relevancia.

James Bond es una fantasiosa creación literaria inventada por un ex agente de inteligencia que operó en las particulares condiciones de la Segunda Guerra Mundial y que en realidad sabía poco del trabajo de campo que desarrollaban los agentes operativos y espías, tal como se aprecia cuando describe el armamento y equipo que emplea el 007 para enfrentar al villano de turno.

Más cercano a la realidad es el personaje creado por otro agente de inteligencia británico devenido en escritor de ficción, David John Moore Cornwell, más conocido por su seudónimo literario de John Le Carré, el agente del MI 6, George Smiley.

Smiley constituye la antítesis de James Bond. El personaje es un antiguo profesor de lingüística de mediana edad a quien las circunstancias convirtieron en un oscuro espía cerebral, obsesionado por descubrir a los agentes dobles que prosperan dentro del MI 6. No emplea armas, no sabe ni pretende pelear físicamente con sus enemigos y es un fracaso con las mujeres. Smiley parece siempre estar embargado por una profunda tristeza, añora el tiempo en que el Reino Unido era una potencia hegemónica, cuando El Imperio regía sobre los mares. Sus colegas lo desprecian, sus superiores lo relegan frente a rivales con mejores vinculaciones sociales y encanto personal, hasta su promiscua esposa lo traiciona, sin molestarse en ocultarlo, con amigos y rivales.

Smiley es un escéptico. Un curtido veterano de la Guerra Fría que tiene muy en claro que en las batallas de inteligencia no hay ni vencedores ni vencidos. Cuando por fin logra desenmascarar al “topo” que los soviéticos han instalado en el MI 6, su archienemigo “Karla”, sus colegas le dicen a Smiley que ha ganado, entonces el viejo espía responde con enorme descreimiento tan sólo: “sí, seguramente sí”.

LA DISTORSIÓN DE LA LITERATURA SOBRE ESPÍAS

Por último, la visión distorsionada sobre el mundo de la inteligencia se hace aún más opaca debido a los relatos y películas de ficción que se realizan sobre el tema. Especialmente, sobre operaciones de espionaje.

En la mayoría de los relatos de ficción sobre espías, los agentes suelen ser retratados como hombres solitarios, una suerte de “francotiradores” que operan totalmente aislados y solo rodeados por enemigos. Ellos son descriptos como aberrantes traidores, sádicos asesinos o heroicos disidentes según de qué lado se encuentre el que relata la historia.

Los auténticos agentes de inteligencia no recorren el mundo llamando la atención con sus lujosos autos descapotables, no seducen bellas mujeres que parecen salidas de las tapas de la revista Playboy. Tampoco beben los anticuados Martini con vodka (mezclado, no agitado) en los bares más glamurosos del planeta.

El emblemático y distópico agente británico James Bond, por ejemplo, no es más que un sicario con licencia para matar. El 007, en la versión original de los libros escritos por Iam Fleming, terminaba con sus enemigos con un certero disparo de su minúscula pistola Beretta 950, que cargaba tan solo ocho pequeños proyectiles de 6,35 mm. Pero no recolectaba información, no roba secretos de Estado ni debía enfrentar los riesgos de transmitirla clandestinamente a sus jefes.

Los espías reales suelen adoptar el perfil de oscuros burócratas, llevan una existencia precaria, agónica, gris y anodina. Aunque también hay excepciones donde realidad y ficción se funden en una sola. Aldrich Ames, el funcionario de contrainteligencia de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, que trabajo más de una década como doble agente para los rusos y delató a una decena de agentes operativos y colaboradores al servicio de los estadounidenses a sus jefes en Moscú, era un alcohólico que hacía ostentación de un nivel de gastos muy por encima de sus ingresos.

Ames había adquirido una propiedad en Arlington, estado de Virginia, por valor de cuatrocientos mil dólares pagándola al contado. Sus facturas de teléfono sumaban seis mil dólares mensuales debido a las comunicaciones internacionales que su esposa colombiana realizaba a Bogotá, vestía con ropas caras de marca y confeccionadas a medida que sus colegas en la Agencia no podían costearse. Para colmo de males concurría todos los días al trabajo conduciendo un automóvil descapotable Jaguar que valía más de su sueldo anual de sesenta mil dólares.

No obstante, esas excentricidades de Ames que debían haber despertado las sospechas de su superiores, Ames fue finalmente capturado no por sus errores y despilfarros sino por datos provenientes del acceso que la CIA tuvo, en el momento del quiebre de la URSS, sobre las cuentas en la banca suiza desde las cuales el KGB giraba dinero a sus agentes y colaboradores en el extranjero.

Pero, en realidad, el caso de Ames es la excepción que confirma la regla. Los espías más exitosos tratan de no llamar la atención porque su actividad debe desarrollarse en las sombras.

La antítesis literaria de James Bond

James Bond es una fantasiosa creación literaria inventada por un ex agente de inteligencia que operó en las particulares condiciones de la Segunda Guerra Mundial y que en realidad sabía poco del trabajo de campo que desarrollaban los agentes operativos y espías, tal como se aprecia cuando describe el armamento y equipo que emplea el 007 para enfrentar al villano de turno.

Más cercano a la realidad es el personaje creado por otro agente de inteligencia británico devenido en escritor de ficción, David John Moore Cornwell, más conocido por su seudónimo literario de John Le Carré, el agente del MI 6, George Smiley.

Smiley constituye la antítesis de James Bond. El personaje es un antiguo profesor de lingüística de mediana edad a quien las circunstancias convirtieron en un oscuro espía cerebral, obsesionado por descubrir a los agentes dobles que prosperan dentro del MI 6. No emplea armas, no sabe ni pretende pelear físicamente con sus enemigos y es un fracaso con las mujeres. Smiley parece siempre estar embargado por una profunda tristeza, añora el tiempo en que el Reino Unido era una potencia hegemónica, cuando El Imperio regía sobre los mares. Sus colegas lo desprecian, sus superiores lo relegan frente a rivales con mejores vinculaciones sociales y encanto personal, hasta su promiscua esposa lo traiciona, sin molestarse en ocultarlo, con amigos y rivales.

Smiley es un escéptico. Un curtido veterano de la Guerra Fría que tiene muy en claro que en las batallas de inteligencia no hay ni vencedores ni vencidos. Cuando por fin logra desenmascarar al “topo” que los soviéticos han instalado en el MI 6, su archienemigo “Karla”, sus colegas le dicen a Smiley que ha ganado, entonces el viejo espía responde con enorme descreimiento tan sólo: “sí, seguramente sí”.


LOS ESPÍAS YA NO VIENEN DEL FRÍO

LAS PIEZAS DEL ENGRANAJE

La Segunda Guerra Mundial fue un conflicto global que movilizó a millones de personas en ambos bandos. Pero no todo el frente de guerra era visible, ya que gran parte de la lucha se libraba en el campo del espionaje y la inteligencia militar. Ambos bandos emplearon tácticas de espionaje para obtener información y ventaja sobre el otro, lo cual tuvo un impacto significativo en el resultado de la guerra.

Los agentes de infiltración prolongada, más conocidos como “topos” o “dobles agentes”, no suelen operar solos, sino que cuentan con redes de apoyo. Agentes que los controlan o “manipulan”, pagan sus servicios, recogen sus informes y los contienen emocionalmente. Reciben también el apoyo de equipos de analistas dedicados a procesar la información que suministran y orientan sus búsquedas de nuevos datos.

Ana Belén Montes, como hemos dicho, formaba parte de la “Red Avispa” una organización de espionaje cubano en los Estados Unidos que integraban otros 26 agentes de La Habana.

Los Rosenberg, espías atómicos Los datos que obtuvieron sobre la bomba atómica estadounidense eran de escaso valor pero fueron víctimas de una sociedad conmocionada por la amenaza soviética en la guerra de Corea convirtiéndoes en los únicos civiles estadounidenses ejecutados por espionaje durante la guerra fría

Los llamados “espías atómicos”, que operaron en los Estados Unidos en la década de 1940, constituían una extensa red de agentes de diversa nacionalidad encargados de transmitir a los soviéticos los secretos de fabricación de las armas nucleares.

Entre los que fueron identificados se encuentran:

Klaus Fuchs: físico teórico refugiado judeo-alemán que trabajo en el Proyecto Manhattan, como parte de la delegación británica en Los Álamos. Eventualmente descubierto, confesó y fue sentenciado a la cárcel en el Reino Unido. Posteriormente fue liberado y emigró a Alemania del Este donde terminó sus días como profesor universitario.

Theodore Hall: físico estadounidense que trabajó en Los Álamos. Su identidad como espía no fue revelada hasta muchos años después. Nunca fue arrestado en relación con sus actividades de espionaje, aunque al final de su vida confesó sus actividades a familiares y periodistas.

David Greenglass: un operador mecánico estadounidense que trabajo en Los Álamos confesó haber entregado información a los soviéticos a través de su hermana y su cuñado (los Rosenberg). Fue sentenciado a una larga condena de prisión.

George Koval: un estadounidense hijo de emigrantes bielorrusos. En su juventud regresó a la URSS donde primero ingresó al Ejército Rojo y luego al GRU. Durante la Segunda Guerra Mundial se incorporó al Ejército de los Estados Unidos y se desempeño como radioperador en el Special Engineering Detachment. Actuaba bajo el nombre en código de “Delmar” y logró obtener información de Oak Ridge y del proyecto Dayton sobre el detonador “Urchin” utilizado en la bomba de plutonio conocida como “Fat Man”. Su actividad como espía no fue conocida en los Estados Unidos hasta que, en 2007, se le entregó a título póstumo la condecoración de “Héroe de la Federación Rusa” por el presidente Vladimir Putin.

Ethel y Julius Rosenberg: un matrimonio judeo – estadounidense involucrados en la coordinación y reclutamiento. Los Rosenberg rehusaron confesar cargos y fueron sentenciados y ejecutados en el penal de Sing – Sing. Ambos recibieron póstumamente la medalla de “Héroe de la Unión Soviética”.

Harry Gold: un estadounidense que confesó haber actuado como correo para Greenglass y Fuchs.

Morris y Lona Cohen: estaban a cargo de una red que incluía ingenieros y técnicos en municiones en plantas de aviación, en el área de Nueva York. Fueron los encargados de reclutar a Ethel y Julius Rosenberg, también se desempeñaron como correos de Fuchs y Greenglass pasando sus informes al consulado soviético en Nueva York. Después de la detención de Fuchs, en 1950, huyeron a Moscú. En 1954 ambos reaparecieron en Londres con los nombres ficticios de Helen y Peter Kroger, con pasaportes neozelandeses falsificados. Trabajaron con el notable agente soviético Konon Molody (alias Gordon Lonsdale). Luego Morris se convirtió también en el residente soviético en Gran Bretaña. Detenidos en 1961, fueron condenados a veinte años de cárcel, pero en 1969 fueron intercambiados por el súbdito británico Gerald Brooke. De regreso a Moscú recibieron la “Orden de la Bandera Roja”, la “Orden de la Amistad de las Naciones” y la medalla de “Héroe de la Unión Soviética”.

 

Un agente que inicialmente colabora forzadamente con el enemigo porque es reclutado por chantaje es de inmediato generosamente recompensado por su traición

 

TRAICIÓN Y VENGANZA EN EL ESPIONAJE

No obstante, son pocos los espías que después de traicionar a su país encuentran las recompensas que les prometieron su nuevos jefes. La mayoría de ellos terminan sus días olvidados, siempre ocultándose y con temor a la venganza de sus antiguos jefes. Venganzas que, como veremos, en muchas ocasiones se concretan.

Los espías británicos al servicio de la Unión Soviética, que formaban la red conocida como “Los cinco de Cambridge”: Kim Philby, Donald Maclean, Guy Burguess, Anthony Blunt y John Caimcross, luego de desertar encontraron que su exilio moscovita no era todo lo “dorado” que habían soñado.

Harold Adrian Russell “Kim” Phillby (1912 – 1988) por ejemplo nunca vistió el uniforme de coronel del KGB que le habían prometido, pronto descubrió que era en realidad un miembro del KGB sino tan solo el “agente Tom”. Las seis importantes condecoraciones que recibió, incluida la “Orden de Lenin”, le sirvieron de escaso consuelo. Pronto de convirtió en un alcohólico perdido que destruyó su matrimonio. Sus amigos “chequistas”, para contenerlo mejor pronto le consiguieron una nueva “esposa” rusa y ocasionalmente lo empleaban como conferenciante de los nuevos agentes soviéticos destinados a operar clandestinamente en países de Occidente.

                                         Putin, con el uniforme el KGB

Otros traidores han tenido una peor suerte, condenados a muerte in absentia, sufrieron brutales intentos de terminar con su vida. El podpolkovnik (teniente coronel) Aleksander Válterovich Litvinenko del FSB – Federálnaya sluzhba bezopásnosti Rosíysoi Federatssi- la agencia de contraespionaje y seguridad de Rusia, que tras desertar vivía oculto en el Reino Unido, fue víctima de un envenenamiento con polonio 210 radiactivo que terminó con su vida 23 de noviembre de 2006.

Otro fueron desertores rusos fueron un poco más afortunados. Oleg Gordievski sufrió un intento de envenenamiento, con medicamentos adulterados, el 2 de noviembre de 2007, del que sobrevivió después de estar treinta cuatro horas inconsciente.

Otro desertor ruso al servicio del MI6, el coronel Serguei Skripal, un antiguo coronel del GRU -Glávnoye Razvédytelnoye Upravlenie o Departamento Central de Inteligencia-, la rama de inteligencia militar de Rusia, que vivía en el Reino Unido, sufrió un atentado efectuado por agentes rusos  con gas neurotóxico.

El exespía ruso Sergei Skripal, envenenado con un agente nervioso en Reino Unido, sale del hospital

Skripal era agente británico desde su reclutamiento en España en 1993. En 1999 pasó a retiro y comenzó a trabajar en el ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia. En diciembre de 2004, Skirpal fue arrestado frente a su casa en el distrito moscovita de Kryaltskoye, poco después de regresar del Reino Unido. En agosto de 2006, fue procesado en virtud del artículo 275 del Código Penal ruso por alta traición en forma de espionaje, por el Tribunal Militar Regional de Moscú en un juicio celebrado a puertas cerradas. Skripal fue sentenciado a trece años de prisión a cumplir en un centro de detención de máxima seguridad, además se le despojó de su rango militar y sus condecoraciones.

Tras haber cumplido la mitad de su condena, el 8 de julio de 2010, fue amnistiado por el entonces presidente ruso Dmitri Medvédev e intercambiado, junto a otros tres rusos capturados mientras realizaban tareas de espionaje para Occidente, en un intercambio de espías que incluyó a diez agentes rusos arrestados en los Estados Unidos.

Los mejores espías son aquellos que nunca han sido identificados y cuyos secretos aún están por ser revelados

La discreción es un arma esencial del espía.

Como puede apreciarse las actividades de inteligencia encierran un mundo de secretos donde las traiciones y las venganzas están a la orden del día y del cual la mayoría de las personas que se interesan por este tema tienen muy poco conocimiento real. Recordemos que los mejores espías son aquellos que nunca han sido identificados y cuyos secretos aún están por ser revelados.

No obstante, esas excentricidades de Ames que debían haber despertado las sospechas de su superiores, Ames fue finalmente capturado no por sus errores y despilfarros sino por datos provenientes del acceso que la CIA tuvo, en el momento del quiebre de la URSS, sobre las cuentas en la banca suiza desde las cuales el KGB giraba dinero a sus agentes y colaboradores en el extranjero.

Pero, en realidad, el caso de Ames es la excepción que confirma la regla. Los espías más exitosos tratan de no llamar la atención porque su actividad debe desarrollarse en las sombras.

Los espías reales suelen adoptar el perfil de oscuros burócratas, llevan una existencia precaria, agónica, gris y anodina

 

 

 

 

 

 

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